Mi murcianica
¡Ay mi murcianica! ¡Ay mi murcianica!
Que viiste sin saber lo que ibas a encontrar, tan joven, tan virgen, del brazo de él, escapando de tu tierra árida, seca y pedregosa.
Y enseguida pisaste las arenas de nuestro Mare Nostrum solo para cocinar mejillones en el merendero de “Can Tunis” para los trabajadores del puerto. Bueno, al final los llamabas “musclos”.
Te gustaba el color rojo, pero solo te recuerdo con el pelo cano y vestida de negro, de gris y, a lo sumo, de azul marino.
Y te fuiste con el deje murcianico sin saber leer ni escribir. Pero fuiste la señora que escuchaba, que aconsejaba. La que educó a sus seis niños catalanes.
Qué bien nos curabas las heridas a los nietecicos con tomillo, que aprendiste a llamarla farigola.
Te recordaba a tu Murcia, como el azafrán de tus arroces.
Cómo te gustaba comprar retales y hacer aquellos delantales, siempre con cenefa, que vendías a 20 duros en los mercadillos.
Y del último que tuve, arranqué esa cenefa que, mira por donde, un trocito viajará en un sobre a la ciudad donde la cosiste. A Badalona.
Qué asustadiza. Te daba miedo el viento, pavor las tormentas. Sufrías por todos y por todo. ¡Pero Dios mío, qué valentía!! Tu virgencica del Carmen decías que te protegía.
No sabías lo que te ibas a encontrar, pero yo salí ganando. Encontré a la mujer más generosa, a la más inteligente, a la más prudente que he conocido. A la yaya.
¡Te encontré, mi yaya!
Tu Encarnita.