Carta / Volumen 5

Esa punzada en el corazón

Hola abuela Fulgencia,

En este año, desde que os fuisteis el enero pasado, le he escrito mucho al abuelo Luis, le he contado muchas cosas que pasaban en mi vida y muchos secretos que no le contado a nadie más. Siempre le doy recuerdos para ti, en casi cada carta, pero no había escrito ninguna directamente para ti, porque además, creo que no supe asimilar que no te iba a volver a ver, que nos habías dejado, que ya no nos ibas a poder cuidar más. Pero el otro día apareció navegando Amaltea y se acercó a mí con una propuesta: escribir una carta de amor a una mujer. En ese momento supe que el corazón que había llegado el momento de escribirte, de pensar en ti y de despedirme, hasta pronto.

Esta tiene que sea una carta de amor y he decidido escribírtela a ti porque he tenido que sentir tu ausencia para darme cuenta de todo lo que me (nos) has querido. “Uno no se da cuenta de lo que tiene hasta lo pierde”, a ti que te encantan los refranes, gracias por enseñarme todos los del mundo y por ayudarme a hacer aquel (y tantos) trabajos de castellano. Quizás por eso te dije que te quería tan pocas veces, y quizá por eso necesito recordármelo ahora, en esta carta.

Tu amor no ha sido el típico amor de abuela, blandito y suave, siempre ha sido duro y rígido, como las paredes del hogar que construiste para protegernos, tan fuerte como el olor de los jazmines junto a los que tantísimo te gustaba leer, o coser, o pasar un ratito tranquila en las tardes de verano. Ojalá que todo el mundo que leyese esta carta pudiera hacerlo oliendo el perfume de los jazmines. Seguro que entonces entenderían perfectamente estas palabras.

La tuya es una ausencia plácida, la ves pasar de lejos, a veces olvidas darle el beso de rigor al llegar a casa, como pasaba cuando llegando del colegio entraba en casa derecha al comedor para abrazar al abuelo. Desde la cocina reclamabas también tu recibimiento, pero que de repente aparece, sobre todo en los olores, a veces en algún sabor y me enfrenta al abismo de que ya nunca volveré a recorrer el pasillo de vuelta para entrar en la cocina a darte tu beso debido, y te encontré con mil sartenes en el fuego, sudando en pleno invierno y cocinando tantos platos como personas éramos en aquellos días para comer, para que todos estuviéramos contentos y satisfechos, así hasta el día siguiente.

Y miro el abismo y me doy cuenta de que no sé qué hacer con él, y me da miedo, y quiero salir corriendo y volver a los días que jugábamos a vestir a las muñecas de cartón que traían los recortables de la revista “Patrones”, esos días en lo que todo era sencillo y no necesitaba nada más que el olor de “Heno de Pravia” en las toallas para sentirme segura y en casa. Pero eso no puede ser. Así que decido pasar bordeando el precipicio, despacito, intentando no caer, como tú me enseñaste, y sigo adelante. Hasta que el aire fresco de una noche de verano me trae el olor de las primeras flores de la dama de noche, recordándome sin saber porqué, a tu tierra, esa Murcia que siempre tenías presente y esa punzada en el corazón vuelve a aparecer. El abismo se vuelve a abrir por unos minutos, y yo vuelvo a tener ganas de salir corriendo a un encuentro, en busca de aquellos años de niñez y resguardarme del miedo y del mundo en tu regazo. Así de profundo caló tu amor, tu forma de querer, que solo con el breve rastro de un olor en el cielo mi corazón salta y pierde un latido, y me hace sentir que desde aquí nos seguimos queriendo y recordando.

Un amor tan oculto que se escondió en el rinconcito más hondo de mi alma, que aún ahora le cuesta salir, y que se retuerce cada vez que desayuno una taza de chocolate, como era tradición hacer todas las mañanas que amanecía en v(n)uestra casa, como lo hice la mañana en que decidiste que era el momento de partir.

Es curios que asocie amor con ausencia, a veces parecen conceptos antagónicos, pero pensando en ti cobra todo el sentido. Porque aunque no estuvieras, siempre has estado ahí, donde no podíamos verte, en la cocina o echando una mano a los reyes magos perfilando los últimos detalles, aquellos que a ellos no les daba tiempo terminar, aunque se hiciera de día pegando pegatinas en una casa de muñecas, para que a nuestra llegada todo estuviera perfecto. Anda que no me acuerdo de ti ahora, cada vez que envuelvo un regalo y me salen arrugas en el papel. Pienso en que seguro tú me lo harías deshacer y volver a empezar. Esas eran las cosas que veía cuando estabas aquí: esa regañina cuando haciendo punto de cruz manchaba la tela porque llevaba las manos sucias de jugar en el patio del cole, o cuando hacía demasiado lío por detrás del bordado, con los hilos. También cuando emborronaba sin querer la hoja de los deberes o cuando caían resto de goma de borrar al suelo. En ese momento quería que estuvieras orgullosa de mí, pero solo me daba la sensación de que nunca era suficiente. Si las cosas no salían perfectas ( y nunca lo estaban suficiente) había que perseverar y volver a empezar tantas veces como hiciera falta.

Pero ahora, desde tu ausencia, es cuando me he dado cuenta de que, realmente, a tu manera, siempre trabajaste para que todo el mundo fuera feliz. Pero, además, en mí pusiste un esfuerzo especial, para crear una gladiadora, como eres tú. Sé que crees que, en muchos momentos has pensado que no lo has logrado, y aunque es verdad que no soy como tú, í que has conseguido criar a una guerrera. En eso sí que me parezco a ti. Gracias

Ahora se aprecia que toda esa dureza, esa aspereza o rigidez que muestras en las relaciones no es otra cosa que amor, tu forma de querer. Y cuando me veo superada, derrotada, o creo que no voy a poder más y pienso que la vida me gana, me acuerdo de todo ese amor, de tu sonrisa seria y de tu forma severa de mirar y lucho. En esos momentos también me ayuda el abuelo Luis, con su dulzura y su felicidad, y gracias a los dos siempre salgo adelante, por eso sois y siempre habéis sido, tan buen equipo.

Y así acabaré esta carta: pidiéndote perdón por las preocupaciones, los disgustos y las palabrotas; dándote las gracias por el cuidado y el amor; diciéndote que te echo de menos, aunque estoy segura de que volveré a comer tu pollo con almendritas o que me volverás a hornear un paste de cumple y, de nuevo, soplaremos las velas todos juntos. De aquí a muchos años, cuando nos volvamos a encontrar en las estrellas. Hasta entonces, te quiero.

Con todo mi cariño, vuestra nieta, Laura

PD. Saluda al abuelo de mi parte, porfa, que ahora hace días que no le escribo, Dile que enseguida que tenga un ratito os pondré al día de todo (aunque estoy segura de que ya estáis bien informados)

03.03.18

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