Semillas
La primera frase resulta siempre la más difícil. Hay que perderle el miedo a la hoja en blanco. O en malva en este caso. Ya está entonces. Ya viene todo seguido. Sería más fácil escribir si supiera que no lo ibas a leer. Ya sabes lo hermética que soy en lo que a sentimientos se refiere. También sabes que defiendo a ultranza aquel dicho de “hechos son amores y no buenas razones”.
Pero hoy se trata de escribir. He prometido a una amiga que colaboraría en esta efemérides que nos toca tan de cerca. Y aquí estoy, buscando inspiración bajo un espléndido sol que bien pudiera ser de primavera. Té frío en mano y la ría en el horizonte meciéndose tranquilamente. Tú me has enseñado a disfrutar de estos pequeños momentos. Saborear cada instante. Y a detener de vez en cuando, reconozco que menos de lo que me aconsejas, esa frenética vorágine de tareas simultáneas que conlleva la labor de docente.
Y en el desempeño, para mí, de esta maravillosa y satisfactoria profesión, colaboras cada día, si bien lejos y sin ser consciente. Porque todo lo que me has inculcado, desde la importancia de una sonrisa o el valor del respeto por todos y por todo, pues estamos aquí de paso, hasta el significado de la empatía, es mi manera de entender la educación hoy día.
Es muy gratificante, a la par que una gran responsabilidad, comprobar que la semilla que plantamos en nuestras aulas germina poco a poco. A veces el tallo se tuerce a pesar de todos nuestros esfuerzos. No todos tuvieron el privilegio de que los regaran a diario como hiciste tú.
Así que gracias, porque sin ti no sería la persona que soy. Sin ti, simplemente, no sería.
Te quiero mamá.