No recuerdo el día que te conocí
Mi querida T,
No recuerdo el día que te conocí, pero tengo en la memoria uno de nuestros primeros encuentros. Eras una joven de sonrisa franca y ojos vivos. La minifalda de cuadros y el polo verde señalaban tu delicada figura que el mandil superpuesto remarcaba aún más. Solo las manos, grandes y callosas, advertían de la fuerza de una vida bregada en el trabajo.
Medio siglo después sigo viendo idénticos signos de vitalidad, aunque la edad los haya rebajado un grado. Repaso tu vida corriente, similar a la de muchas miles de gallegas, y admiro en ella el valor de las mujeres que han realizado la inmensa tarea de dar, mantener y perpetuar la vida desde la soledad casi constante que supone ser esposa de migrante o marinero.
Aleccionada por la vida desde la orfandad, pronto aprendiste los secretos de la tierra como fuente de alimento, trabajando en la pequeña granja familiar que tu madre sola hubo de dirigir.
Así te hiciste catedrática en la disciplina del trabajo, sabia en el arte de hacer brotar de la tierra sus frutos, jefa de ceremonias en el cuidado de los animales, maestra en agronomía, doctora en economía circular, instructora de gestión sostenible y cuidado del entorno, saberes que aplicaste cuando formaste tu propia familia.
Entonces habitaste otro lugar en el que la crianza y los cuidados llenaban de sobra los días. Sostener el nido, atender a los mayores, mantener el fuego del hogar y dirigir el futuro de la familia con el marido ausente, son más que metáforas de tu labor cotidiana. Tal ambicioso programa, realizando con éxito, estuvo siempre acompañado del trabajo de la tierra del que no podías prescindir. No era tanto necesidad como amor por lo que ella significaba para la familia, para el mantenimiento de la vida.
Nunca te cansaste de transmitir a los que te quisieron oír que de ella, de la tierra, viene el fruto que nos nutre y es como madre que nos alimenta. Lección simple pero inmensa a la vez, que no se ilustra en los libros o en las nutridas estanterías del supermercado, sino en el cuidado cotidiano de cada parte de ella que está a nuestro alcance. Así lo aprendimos con tu ejemplo de vida.
Amo ese ejemplo que cotidianamente me acompaña y a la mujer que desde la sencillez de una vida corriente me enseñó lecciones fundamentales de vida.
Martiña Ruibal