Amaltea / Carta

He venido para contarte un secreto

Hola…

He venido para contarte un secreto, pero antes, ¿me permites que me siente a tu lado? Así estamos un poquito más cerca y puedo hablarte al oído. Ya sabes que susurrar es ideal para compartir secretos.

¿Puedo cogerte la mano? Primero calentaré las mías así, frontándolas una junto a la otra. Les he puesto una gota del perfume que tanto te gusta.

Um… la verdad es que huele muy bien. Huele a ti.  

A partir de ahora, siempre voy a llevar un frasquito en el bolso. Cuando necesite una sonrisa como la que tienes ahora, lo abriré y oleré el perfume este instante.

Vengo a hacerte compañía desde el Mediterráneo. Ya sabes, el hermano pequeño del Atlántico.

Estos días está enfadado. Desde mi ventano lo oigo bramar y veo las palmeras agitar su melena. Es un mar chico qué, como los niños pequeños, monta unas rabietas… Luego se le pasa… y se pone suave y mimoso. Dicen que estos días los delfines juegan en sus orillas.

Tienes las manos suaves, acogedoras. Seguro que tienen muchas historias que contar.

Te voy a contar mi secreto. El año pasado me enfadé con la vida. Me enfadé mucho, tanto que enfermé de un virus común…

Hay virus que viven silenciosamente en nuestra mente.

En aquel entonces, como no había farmacia en la que encontrar remedio, dejé de pensar y me puse a sentir. Qué miedo nos da tantas veces nuestras emociones o los sentimientos de las otras personas.

Al menos eso es lo que me ha pasado en la vida. A veces me he sentido inundada de tantos sentimientos, pero no he sabido abrir las compuertas y pedir ayuda. Creí que no me la merecía y a veces pensaba que nadie me podría entender.

El quinto amanecer en aquella habitación de la planta 9, tan parecida a esta, vi como un pajarito se posaba al otro lado de la ventana.

¡Ah! no te he dicho que estaba enfadada, muy enfadada porque mi madre estaba muy enferma y cada día que pasaba en aquella habitación la veía menguar un poquito más…

Tenía cogida la mano de mi madre como ahora tengo la tuya, y ella me dijo… “Qué poca importancia le damos a las cosas importantes”

A partir de aquel día, mi madre empezó a mejorar, como lo estás haciendo tú.

¡Aprendí tantas cosas…!

Pero la principal es a no negar mis sentimientos, y a no temer las emociones de las demás personas.

Entonces soñé con una comunidad de personas qué, aunque tengamos miedo, nos atrevemos a seguir caminando por las estelas de la mar, como dijo el poeta.

Invité a mujeres de todo el mundo, de todas las edades, a escribir una carta de amor. Y recibí los mejores regalos que nunca imaginé. Cartas hermosas llenas de palabras, de agradecimiento, de añoranza, de alegría. De flores y retratos. De dibujos y de bordados.

Siempre de amor.

Y luego se lo pedí a hombres, y también escribieron cartas de amor. Muchos de ellos nunca antes habían hecho algo similar. Y todos me dijeron había valido la pena hacerlo. Habían hecho las paces consigo mismos.

Y ahora, voy a escribirte una carta de amor para ti. Una carta por este momento que me has regalado. Por acogerme como lo has hecho, con tu mirada, con tu sonrisa, con tus manos.

Cuando se abran las puertas, en unos días, yo te esperaré fuera. Te saludaré con la mano… te enseñaré el Mediterráneo y tomaremos un emocafé.

¿No sabes lo que es un emocafé?.

Es un encuentro de caminantes de la vida, a veces lo celebramos en persona, a veces a través de una pantalla. Pero siempre desde la presencia de nuestros corazones.

Alzaremos nuestras tazas y brindaremos por la vida.

Y ahora te dejo descansar. Cuando despiertes, mira sobre la mesilla. Allí encontrarás mi carta de amor para ti.

Y si te apetece escribir una carta de amor, te doy mi dirección.

Perdón, no me presenté. Mi nombre es Amaltea, como la vieja ninfa que cuidó del pequeño Zeus, pero eso te lo contaré después.

Un abrazo en la punta del alma.
PD. La dirección donde espero tu carta es Cueva de Amaltea

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