La dragona y la geometría emocional
La dragona nunca fue buena con la geometría.
Siempre tuvo la certeza de que el mundo entero cabía en su terraza. Ese jardín aéreo en el que crecen la lavanda, el olivo, el geranio, el romero, la madreselva, la ruda y la fucsia, el emblema de quien la enamoró.
Hoy, tras sesenta días, nos hemos vuelto a oler y hemos confirmado, sin palabras, el vínculo que germinó una tarde de agosto.
Hemos sorteado, como se ha podido, la ley de la gravitación universal. Ella siempre fue más newtoniana, yo siempre me sentí más atraída por las relatividades einstenianas.
Tenemos que aprender a besarnos con la mirada, sin olvidar el tiempo del perfume de los labios.
Tenemos que aprender a acariciar a flor de voz, mientras mantenemos la piel predispuesta para los futuros encuentros.
Tenemos que aprender a sonreír con los ojos, desestimando el camuflaje de las máscaras.
Hay que recordar y olvidar a partes iguales, pero en diferentes escalas. ¿Quién guardará el código de ese enigma?
Mi vieja dragona ha llorado, ha sonreído, se ha emocionado al ver la cara de su nieta tras la pantalla. Se ha precipitado, con aquella carita de niña que jugaba con su hermana en la era del cortijo, sobre la retahíla verde de sus desvelos vegetales
Ha suspirado añorando la mesa larga en la que cada primavera se desgranaba la naturaleza mestiza del amor.
Y no ha parado de repetir su pena por los adioses sin besos de las criaturas con las que compartió el tiempo oscuro de sus luminosas infancias.
Y viéndola a ella, no he podido más que rememorar a mis amigas atlántides, y algún atlántide amigo, que cada día se calzan guantes, y se escudan tras las mascarillas, para proteger y cuidar las mejores flores de nuestro jardín comunitario.
Una vez más, no será la última, infinitas gracias por cuidar de nuestras dragonas y nuestros dragones.
Hoy la dragona ha sentido la alegre tristeza de un lapso de su cautiverio involuntario.
No quiero pensar en los estragos de esta soledad impuesta para evitar convertirme en el volcán que habito.
Ya queda menos, pero no preguntes cuánto tiempo dura ese menos.
Ya queda menos, mamá…