Carta / Volumen 4

No sé cómo empezó nuestra historia de amor

Querida abuela Elvira,

Eres tú a quien yo le quiero escribir esta carta. Tú que simplemente siendo mi abuela hiciste más que nadie para que yo sea como soy. Porque a pesar de todas las cartas que escribí por ti a familiares y amigos, nunca tuve que escribirte a ti. Siempre te tuve cerca, algo que tengo que agradecerle a la vida, aunque nunca te dije lo que significaste para mí.

La verdad es que siempre supe lo que te quiero y eso sí te lo dije, pero tu importancia en mi vida, no… simplemente porque cuando te fuiste de ella yo tampoco la tenía clara. Suponía que porque eras mi abuela y con eso bastaba para quererte, aunque lo que yo sentía por ti no lo sentía por ningún otro familiar… pero hasta mi madurez no he encontrado la explicación.

Siempre me resultó fácil sentirme invisible, como típica hija del medio, pero tú me hacías creerme alguien con luz propia y no lo digo porque me malcriases, no tenías una situación como para eso. Con tu forma de tratarme me hacías sentir única, especial y que nadie podría decir jamás lo contrario.

No sé cómo empezó nuestra historia de amor. Puede que porque durante el embarazo de mi hermano, mi hermana tuviera hepatitis y yo pleuresía y, si me contagiaba la hepatitis no hubiese sobrevivido -dijeron los médicos-. Mis padres tomaron la mejor decisión posible, que durante un tiempo viviera contigo.

Aunque era un bebé, el contacto contigo y mis tías, aún por casar, hizo que yo fuera tratada de manera muy especial por seis mujeres. Era un bebé, no recuerdo más que lo que unas y otras me han contado en tertulias familiares, pero lo que hoy en mi madurez sé es que estos años hicieron que fuera tu nieta preferida, aunque fue una relación secreta y a voces a la vez. Pues solo cuando estábamos a solas me lo decías y me pedías que nunca lo hiciera público delante de mis 20 primos, para ti todos éramos iguales y así era delante de ellos. A ninguno hiciste sentir menos que yo, aunque tus hijas sabían que entre tú y yo había algo especial.

Lo tuyo era un matriarcado. Al parecer mi abuelo era un hombre bueno pero muy tímido y con una panadería, que hizo que estuvieras al frente de más cosas que las mujeres solían llevar en esa época. El murió al hacer yo tres meses. Quizás su falta y mi cuasi adopción puede que te hiciera a ti tanto bien como a mí, aunque a estas alturas ya eras una mujer acostumbrada al dolor. Con 12 partos a tus espaldas, de los que resultaron 10 niños, de los que perdiste 2 en la adolescencia. Por eso mi recuerdo tuyo siempre será con el pelo blanco recogido en un estirado moño, vestida de oscuro y con un pañuelo negro a la cabeza para salir a la calle.

Te costaba sonreír, quizás porque la vida te dio más palos que flores, con tu ganchillo siempre a cuestas e incluso cuando andabas peleándote con las cataratas, eso sí, después de haber hecho tus labores, que tu hobby nunca se interpondría en los deseos de nadie.

En mi casa yo fui la rebelde. Una mujer con ideas propias que quería que la tratasen como a sus hermanos varones y, viéndolo en la distancia, no tenía claro de dónde salía esa rebeldía y esa ansia de igualdad. Nadie a mi alrededor era tan reivindicativa.

Con los años he ido entendido que fue tu amor y tu referencia lo que me hizo como soy, una mujer que busca su sitio, que le fastidian las desigualdades de cualquier tipo porque tu trataste a todas las personas igual, empezando por tus nietos, no querías que ninguna se sintiese inferior a nadie. Eso, y el valorarme y hacerme sentir especial en esos muchos días que pasábamos juntas. Porque irte a visitar era pasar allí varios días si las clases lo permitían.

El mejor regalo que me han hecho nunca mis tías es tu cama. Cuando desmantelaron de muebles tu casa y decidieron qué era para cada una, todas estuvieron de acuerdo en que esa cama que compartí tantos días contigo debía ser par mí, fui la única nieta en sacar “tajada”, aunque todas tenemos la colcha que a ganchillo nos hiciste yo, además, la luzco en nuestra cama.

Con los años he ido sabiendo que fuiste una mujer que perdió la guerra y con las cortapisas que te pusieron fuiste capaz de sacar, siempre acompañada por el abuelo, una familia y más adelante. Una familia y más, porque no solo sacaste la tuya. Hubo familias que dejaron a sus hijas contigo para que las tratases como hijas propias y las mantuvieses a cambio de ayudarte con las más pequeñas. Gente que la guerra y la suerte la habían tratado peor que a ti y con tu pan, el pan de la panadería de “Señá Elvira”, salieron adelante. Esto lo sé no porque tú me lo contases, nunca hiciste nada por reconocimiento, simplemente era tu forma de ser. Te regalabas a la gente, con carácter, pero siempre dispuesta a echar una mano. Lo sé porque personas que sabiendo quién soy yo y con mi puesto de trabajo, cara al público, vienen y me lo dicen y me cuentan historias, que han de agradecerte a ti casi su vida. Y yo me siento más orgullosa, si cabe, de ser tu nieta.

Ahora me dirás “que igual que cualquiera que pudiese en esos momentos”, pero yo sé que no es verdad. Tuve otra abuela con más poderío económico y nadie me ha contado nada parecido de ella. Claro que a ella le tocó en el otro bando, quizás por eso fue menos empática con los que lo pasaban mal.

Me dejaste huérfana a mis 17 años. Nunca me dolería tanto un ser querido, aún me hacías falta, estaba en plena edad del pavo. Hoy me arrepiento de no haber dejado un poco más de lado mis tonterías adolescentes y pasar más tiempo contigo, el tiempo que pasé me sabe a poco. Me gustaría que aún estuvieras aquí, haber vivido juntas tantas cosas, tantos momentos buenos que me hubiese gustado compartir contigo, tantas cosas que ahora desde mi madurez me gustaría que hubieses conocido de mí, y otras tantas que me hubiera gustado preguntarte y saber de ti, oír las historias que me cuentan tuyas desde tu punto de vista. De tu boca.

Aún recuerdo tu forma de contarme algo, tú haciendo ganchillo, yo enredando por allí e íbamos hablando. Empezabas con tus cuentas de puntos, era tu forma de hacerlo sin ver por tus ojos casi cegados por las cataratas, y rematabas con lo que estuvieses diciendo.

Así lo recuerdo y aún te oigo. Sí, te oigo. Cuando en casa hubo un radiocasete grabábamos cintas y en una de tus visitas a casa te grabamos. Mi hermana y yo te hicimos hablar para grabarte y aún conservo esta cinta. Aún tengo un reproductor viejo de cintas de casete para poder hacerlo de tarde en tarde, de muy tarde en tarde, pero no me hace falta más, tu voz la llevo en mi corazón. Ahí te oigo muy a menudo, a veces con palabras de aliento y a veces riñéndome, de todo hay, como siempre hubo.

Te quiero y te echo de menos cada día abuela.

Elvira

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