Qué valiente o qué enamorada.
Qué enamorada y qué valiente. De ese amor nunca tuviste duda, ni siquiera ahora, tantos años después de aquella noche fría, tenía que ser en diciembre, del último adiós. De tu valor doy fe.
El abuelo dejó sus tareas en el campo. Fue a casa del confitero en busca de una caja de dulces del tamaño de su nieta, tu hija.
Será como una cuna, pero con lo olor a madalenas. Y así, tan joven, tan decidida y tan triste, te alejaste de tu casa para seguir construyendo un nosotros.
Hace unos meses, siempre en diciembre, apareció una sombra negra que nos trajo la certeza de que hay un instante tras el cual solo es posible el recuerdo. Y me acordé de tu arrojo y de tu amor, ese con el que nos has unido a mi hermana y a mí.
Nunca cómo en tu fragilidad he sentido la determinación de tu amor.
¡Ay dragona del alma mía! qué feliz me hace verte escribir cartas de amor como lo hacías de niña, con lapiceros de colores.