Quiero agradecerte tantas cosas que se me agolpan mil imágenes de tu cara, de tus manos, de tu olor. De tu olor en la cama cuando de pequeña me dejabas dormir contigo. Del olor a calentito, como ahora me dice mi hijo a mí.

Valiente, fuerte, luchadora. Con coraje y fuerza. Tú me has enseñado siempre tu grandeza. Aunque hubo tiempos en los que yo no la veía e incluso no sentía el amor que hoy siento y que siempre me has tenido.

Gran parte de quien soy hoy es gracias a ti. Porque nunca me has abandonado. Porqué siempre estabas ahí, aunque yo a veces te echara.

¡Ay, Divina adolescencia¡ Menos mal que se pasa con la edad.

Hoy desde mi adultez, equilibrada, tranquila, y lejos de aquellas tempestades juveniles, puedo ver y sentir lo grande que eres para mí. No solo como madre, que también. Lo que hoy quiero ver y reconocerte es como mujer. En mayúsculas. En letras fuertes y robustas como tú. Pero con tu olor dulce. Con tu cuerpo tierno que me acoge cuando lo necesito. Con tu amor infinito que traspasa todas las definiciones que mi racional cabeza puede llegar a analizar y a etiquetar.

Mujer valiente que, aunque tuvo miedos, se empeñó en crecer y aprender. En avanzar y no quedarse atrás, enseñándome, a veces sin saber, que luchar por lo que una quiere no es tarea de cobardes.

Gracias por mostrarte valiente para mí. Por enseñarme tu nobleza. Por dejarme ver hasta tu dolor. Gracias por estar. Gracias por ser. Y gracias por tu amor.

Te quiero.