Escribir palabras amorosas, invocando la presencia de alguien que quizás no las lea, es un abrazo a una de las islas innombradas de nuestra cartografía emocional.
Escribir una carta de amor es, también, desnudarse frente al espejo de emociones sofocadas por palabras que perturban.
El segundo volumen de Cartografías del amor es un viaje, iniciático tal vez, para reconocer el espejo que aguarda en la semilla de toda relación.
Para recordar el abrazo de dos miradas fugaces que surcan el cosmos dejando una huella insondable.
Un abrazo es la posibilidad de espejarse en la piel, en las pupilas, de quienes se abren como bahía y se recogen en la intimidad cóncava de un presente traslúcido.
Un espejo es la membrana pulida que devuelve el eco de nuestra sombra trémula gracias a la cómplice presencia de quien trenza latidos.
Esta noche, en la que la luz y la oscuridad se asemejan sin disputa, Selene espléndida nos susurra que “el caminito de plata”, como la llamaban los pescadores oceánicos, es el mismo que el del Mar de las mil especias.
Nos recuerda que los reflejos de luz, sin el bálsamo de la piel que cobija, no son más efemérides efímeras.
Carmen