Añoranza del perfume
Querida mamá,
Ayer estuve en tu tumba para poner los primeros nardos de tus macetas, esos que tanto te gustaban. Te fuiste un 29 de febrero de 2012 y, como siempre, sigues ocultando tus cumpleaños.
Al irte en un año bisiesto, no sabemos en qué día conmemorar tu despedida. Naciste un 23 de diciembre, igual que yo. Fui tu regalo de cumpleaños y como tal, me trataste siempre. Un regalo frágil y delicado, pariste una niña raquítica. Me diste todo y más de lo que necesitaba, cariño, dedicación, desvelos, comprensión y ese empujón cuando más lo necesitaba.
Siempre tuviste la pena de que no gozara de la experiencia de la maternidad, pero hasta para eso fuiste generosa. Con tu Alzheimer me diste la oportunidad para que sintiera lo que es ser madre. Te convertiste en “mi niña”. Una niña traviesa con la mirada perdida e inocente. Descosiendo la ropa de camilla y metiendo los dedos en los ojos de tu muñeco preferido. Todo y todos en la casa giraba a tu alrededor, y tú siempre con un beso en la puerta de tus labios y una sonrisa para todos.
Cuando papá, el amor de tu vida, se marchó decidimos ocultártelo. A veces preguntabas y decíamos que estaba trabajando. Tú nos mirabas con cara de incredulidad y te callabas. No sé si te lo creías o era para que no sufriéramos. Nunca lo supe.
El día de tu partida estábamos las dos con nuestras caras juntas. Tú me mirabas y sonreías. Esa es la imagen que me dejaste, una sonrisa y diciéndome guapa, y yo me quedé para siempre con la añoranza del perfume y el tacto de tus carnes.
Bueno mamá, tengo que dejar de escribir, pero no me despido de ti. Tu siempre vas conmigo en mi corazón y en mis recuerdos.
Un beso, tu Emilita.