Carta / Volumen 5

Te he traído una tirita para que te cures

¿Quién te iba a decir que serías tan fuerte y valiente para superar todo esto? Y tú aún sigues sin creértelo…

Un día, así de repente, te encuentras en un box de urgencias y escuchas las palabras “malformación arteriovenosa” (MAV) y aneurismas. Y te quedas igual porque no entiendes nada. Pero el médico no ha sido consciente que delante de esas palabras ha dicho “desafortunadamente”. Y eso es lo que retumba en tu cabeza, “desafortunadamente”. Y de repente te tocas el vientre. Un vientre que está gestando tu ángel de la guardia.

Empiezan las pruebas, una, dos, tres, cuatro… y no te dejan salir del hospital. Sigues sin entender porqué estás ahí. Y miras a los familiares y amigos a los ojos y notas su miedo. Pero ellos siguen fingiendo, aunque vuelvan a la habitación con los ojos llorosos.

Y tú solo piensas que te han separado de tu hijo. Del dolor tan profundo que siente una madre cuando le impiden abrazarlo, mecerlo, besarlo. Del dolor que siente él, porque desea estar contigo y no entiende porqué no puede. De los gritos al irse a casa sin su mamá.

Y llega el momento para el que nadie está preparado. Te quedas sin respiración, en shock. Te tiembla todo el cuerpo, te sientes vulnerable. Piensas, sientes que después de esto ya no volverás a ser la misma. Y lloras, lloras, no puedes parar. Y piensas otra vez en tu vientre. ¿Seguirá ahí? ¿Estará todo bien? ¿Sufrirá?

Sales de la operación y te llevan al REA. Todos pasan a saludarte, pero eres incapaz de abrir los ojos y articular palabras. Los necesitas y no puedes pedirlo.

Sientes miedo porque no pueden quedarse contigo.

Necesito una mano amiga para sentir que hay alguien ahí. Pero todo sigue frío, oscuro. Esa sensación dura mucho rato. Y es en ese momento cuando eres consciente de que tu parte derecha del cuerpo no está conectado con tu cerebro. Esa palabra se convertirá en el eje de tu vida. En tu esperanza, en tus miedos. En tu TODO.

¿Cómo has podido vivir 38 años sin conocer prácticamente lo que es y lo que representa el cerebro en tu cuerpo, en tu alma, en tu VIDA?

Empieza una etapa muy dura de asimilación, de superación, de miedo, mucho miedo. Te sientes pequeña, sin fuerza para avanzar. Te vas sumergiendo en un pozo negro, te vas consumiendo aún sabiendo que tienes un hijo fuera y otro dentro de ti. Desconectas de la realidad en la que vives y te preguntas ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Aún siendo consciente que hay gente que está en una situación peor que la tuya, pero no reaccionas…

Y no es hasta que empiezas a dar tus primeros pasos, tus primeras palabras, tus primeros movimientos de manos, cuando el ánimo cambia. Tú juegas en la “champions” me decían cuando, inevitablemente, me comparaban con pacientes en peor estado. Y en vez de hundirme, más optimista me sentía por y para ellos y para ellas. Para que vieran que se podía llegar más lejos poniéndole empeño, ilusión, fuerza, coraje.

Pero cuando crees que estás arriba es cuando te das cuenta del poder de la mente. A la que te distraes, vuelves de nuevo a hundirte.

Esta vez la palabra desafortunadamente llega de la mano de la epilepsia. Una palabra tan conocida, pero de la que se tiene muy poco conocimiento. Es una epilepsia focal sintomática (secundaria a la intervención de la MAV). El temor vuelve a mi vida. La irritabilidad vuelve a mi vida. La ansiedad se me acentúa. La depresión está presente en mi vida.

Era, es y está siendo el proceso más duro de mi día a día. Todos los profesionales insisten en que tengo un ángel de la guarda. Tienen toda la razón. Vuelvo a tocar mi vientre, cada vez más grande. Este proceso lo hemos vivido los dos juntos, Cada uno desde una perspectiva deferente pero siempre siendo uno. Llega el día de volver a casa, de estar con los míos y siguen los fantasmas en mi cabeza. No puedo alejarme del hospital, no puedo quedarme sola en casa, no puedo dormir sola, salir a la calle. Tengo miedo a todo. No me apetece hablar con nadie. Me alejo.

Mi hijo mayor no se lo merece. Acaba de cumplir dos añitos. Me siento culpable, pero sigo paralizada.

Nace el bebé y me siento impotente por no poder dar más de mí, de ofrecerles todo lo que se merecen.

Siguen las culpas y éstas siguen retumbando constantemente en mi cabeza.

Vuelvo a coger impulso y superada la primera intervención voy a la segunda. ¿Qué pasará? ¿y si vuelvo a despertar mal? ¿Y si? ¿Y si? Engaño a mis hijos y les digo que me voy de colonias con mis niños del colegio para que se no se asuste y no sufra en mi ausencia. Le explico lo bien que lo hemos pasado y que cuando sea mayor él también tendrá la suerte de ir a todas las que quiera.

Afortunadamente todo salen bien. Una cosa menos…

La epilepsia sigue apareciendo en mi vida y el temor me sigue bloqueando. No es fácil estar conmigo. No soy buena compañera.

Y ahora, después de unos años, echas la vista atrás y piensas en esa chica.

Una chica que estaba disfrutando de su primer hijo y que la vida le dio un revés para el que nadie está preparado.

Una chica sensible que necesitaba sentirse querida para estar segura de sí misma. Que le diesen la mano para no caminar sola.

A ti,

Cuando sientas que no puedas más y que no acaba nunca, no te rindas porque siempre hay algo por lo que luchar. Pero principalmente, hazlo por ti.
Cuando te falte el aire y veas que la cabeza se te va para un lado y para el otro y entres en pánico, aquí estaré yo para darte mi mano.
Cuando te sientas vulnerable y no tengas fuerzas y solo te apetezca llorar, arrímate a mi hombro y desahógate. No te dejaré sola hasta que tú me lo pidas.
Cuando necesites tu espacio, cógelo y deja de pensar en los demás. Si tú no estás bien, ellos tampoco.
A ti,
Que te llaman valiente y fuerte y aún no te lo crees.
Que te convertiste durante unas horas en un café y conseguiste, con tu amor, juntar a la familia.
Que luchaste por sacar adelante a tus hijos, aun estando como estabas.
Que sigues luchando día a día para vencer tus fantasmas.
Que has tenido suerte de poder estar contándolo y escribiéndolo de tu puño y letra.
Que sigues intentado cruzar el muro que te han puesto delante.
Madre, hija, hermana, compañera te abrazo. Te siento, te doy todo mi apoyo, mi amor, mi comprensión.
No te sientas culpable por todo, porque así no haces más que obstaculizar tu camino, y te queda un largo camino por recorrer.
De no ser por el AMOR, no sé qué sería de esta mujer guerrera, que lo único que ha necesitado siempre es un poco de comprensión, de empatía, de cariño y una mano en la que sostenerse.

María Expósito Antolín

Barcelona, a 20 de marzo de 2019

Adjunto una tirita porque, uno de los días vino a verme, mi hijo me dijo,
-Te he traído una tirita para que te cures.
Y eso me llegó al alma…

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