Carta / Volumen 7

¡Hola Preciosa!

Como te decía últimamente cada vez que nos veíamos, y tú me brindabas esa sonrisa tuya que iluminaba todo. No sabes lo que te llego a echar de menos, pero doy gracias a las vueltas que da la vida, porque gracias a ellas he podido tenerte cerca de mí en esta última etapa.

Espero que pudieses recibir todo el cariño que te hemos dado la mamá y yo, ya que el inquilino ese que se instaló en ti, y te hizo retroceder año tras año hasta volverte una niña, ha sido duro de roer. Pero quiero pensar que, cuando nos sonreías y nos cogías de la mano, sentías nuestro amor y sabías que, de algún modo, que estábamos ahí contigo.

Estoy muy orgullosa de haber aprendido cosas de ti, no solo valores, sino el amor a la naturaleza, pues de ahí es de donde guardo mis recuerdos más dulces vinculados a mi infancia y a ti. Tu paciencia esperando a que devolviese todos los cangrejos al mar tras tenerlos en mi cubo con arena, mis grandes tesoros de piedras preciosas, que no eran más que cristales moldeados por el mar, los paseos por la montaña recogiendo espárragos silvestres y mirando las ardillas.

Y por supuesto, el amor por una misma. Siempre me lo recordabas, como sabiendo que era mi punto débil.

Siempre serás mi Yaya, mi Abuelita, con tu eterna sonrisa y tu gran fortaleza, que no abandonaste en ningún momento de tu vida.

Deseo que estés en paz y que puedas vernos allá donde estés, mi estrella.

Te queremos

Sara

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