A flor / Amaltea / emedemujer

Mil cuatrocientas cuarenta horas de cuarentena

Qué difícil es decirle no te acerques, no me toques, guarda la distancia, hasta aquí y no pases de ahí.

Que es por ti. Qué difícil el singular para estas mujeres que los pronombres siempre los entretejen en plural.

Qué difícil es decirle que me verá, que oirá mi voz, que incluso podrá oler el rastro de mi perfume, pero que tendrá que despedirse con un beso al aire tras el cristal del ascensor.

Qué difícil para alguien que lleva dos lunas encerrada en casa, que se dice pronto, con la compañía de su malcarado gato. Bendito el día que rizos de cobre se adentró en las calles en busca de una criatura abandonada que necesitase cariño. Bendito, áspero y amoroso gato.

Dos lunas, 8 semanas, cincuenta y nueve días, sesenta noches. Mil cuatrocientas cuarenta horas de cuarentena.

Qué difícil es que lo entienda, y sin embargo lo entiende.

Qué difícil es que lo acepte, y a pesar de todo lo entiende.

Qué difícil es explicarle que lo que ocurre es tan denso, tan enrevesado, tan previsible…

Se acumulan los amaneceres al tiempo que se vacía el taco de su calendario.

No me acuerdo de las palabras… me aturullo… no sé que pasa… estoy perdiendo la memoria… no tengo ganas de dibujar…  

Cómo decirle que las palabras escurridizas son trampas en espiral de las que hay que saltar para no caer el bucle del desaliento.

Cómo explicarle que aturullarse es lo más propio de estos tiempos de opacidades deslumbrantes. Que quizás sea una manera orgánica de guarecerse de miradas de torvas y neolenguajes escapistas.

Cómo contarle que lo que le pasa es que pasan los días y la soledad no pasa, sino que se hace más lenta.

Cómo convencerla que no es la memoria lo que está perdiendo sino su capacidad para acumular más desdicha.

Cómo mostrarle que en sus trazos de colores están los hilos con la vida.

Nos hemos vuelto a disgustar. Esa manera tan prosaica que tiene la desesperanza cuando los medios no alcanzan y el dolor se acumula. Han sido apenas unos segundos, hasta que he comprendido que prefiere un instante de rabia incandescente al disgusto de un silencio que se le antoja infinito.

En ese instante hemos recordado que la eternidad dura un segundo. Que en una respiración cabe el infinito y que en un brote de ira se libera la energía acumulado en eones y se desborda la vida.

Entonces se nos ha hecho evidente que, comparsas de nuestra propia existencia, hemos dejado en mano de vayamos a saber quiénes, la magia de nuestra existencia. Tal vez sea eso lo que buscan insaciablemente los voraces sin mesura. La magia de la existencia escondida en lo cotidiano.

Para deshacer el desencatamiento hemos vuelto a su jardín urbano, para intentar descifrar el augurio de las flores.  Hasta tres veces le he tenido que pedir que sonriera, al final, la sonrisa se hizo presente…

Sembraremos sonrisas junto al geranio, la dama de noche y el jazmín.

Y no puedo dejar de preguntarme, mientras su voz desaparece tras el runrún de la puertas metálicas, cuantas viejas dragonas, cuántos viejos dragones habitan la soledad sin eco.

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