A flor

31 de mayo de 1933

Te recuerdo en tus silencios de niño de la guerra y en tu alegría de los nacidos en primavera.

Tengo grabada en la memoria del desolvido una de las últimas tardes de aquel otoño que era invierno. Estabas preocupado porque la crisis llevaba demasiado tiempo espoloneando a demasiados hogares.

El soniquete de “a la ville de Barcelone” dibujó una de tus últimas sonrisas. – Ahora va a volver a haber trabajo para todo el mundo, musitaste mientras te imaginabas de nuevo en los caminos.

Qué dolor tan hondo el de la consciencia del dolor de la carne amada acosada por el irremediable Cronos.  

Mamá siempre cuenta que cuando nos separó el tren para acercarte a la aventura de un futuro tan incierto como promisorio, decidiste que no te cortarías el pelo hasta que llegase el día del reencuentro.

Tres meses después, en las últimas tardes de un otoño que parecía primavera, el abuelo y mamá, con su bebé en brazos, se orientaban en los andenes de la enorme estación término, donde desfilaban maletas de cartón llenas de añoranza, miseria, miedo y esperanza.

Cuando os volvisteis a ver, a tu vuelta de aquellas jornadas interminables, con la cara tiznada de carbón y los rizos revueltos, ella sonrió un tanto sobrecogida por tu asilvestrada estampa. Tú la cogiste por la cintura para disipar cualquier inquietud. La abrazaste y con ella a mí.

Esta mañana me ha llamado conmovida. No tenía velas para ponerlas frente a tu retrato. Me he puesto la mascarilla y se las he llevado para que cumpliese con el ritual y el deseo. Cosas del confinamiento, pero eso te lo cuento en otra ocasión, aunque seguramente ya estás al cabo de la calle.

Hace tanto tiempo ya del primer adiós. Aquel que no presagiaba que los ritos funerarios volverían a convocarnos, apenas hace un lustro, por un desvarío administrativo. Tuvimos que transitar un duelo inaudito hecho de jirones de memoria y eternidad.

En cualquier caso, siempre sentiré tu mano como puerto donde anclarme en las noches de tormenta y en los días de desasosiego. Qué mejor lugar que el cuenco de tus manos para agradecerle a la vida la dicha de ser hija tuya.

¡Ay, que se me olvidaba!. Feliz cumplesueños, papá.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Éramos pobres

16 mayo, 2020