Carta / Volumen 5

Libramos una dura batalla

Hace 33 años, cuando conocí a mi marido, no solo me encontré con el amor, sino también con una mujer muy especial para mí.

Ella me recibió y me entregó el cariño que nunca tuve. No tenía hijos, pero se hizo cargo de aquel niño -que no era suyo- porque su madre estaba enferma. Lo quiso, amó y educó mejor que a su propio hijo. A la vez, trabajó toda su vida en el campo, aislada de la vida social.

Una ilusión la mantuvo fuerte y viva: volver a su casa del pueblo cuando se jubilara.
Dos años. Dos años duró la felicidad deseada y la tranquilidad merecida. La horrible enfermedad del Alzheimer se apoderó de ella. Le hizo olvidar y no recordar lo que ella había sembrado y los frutos que dio.

Durante muchos años libramos una batalla a la que juntas, las dos, nos enfrentamos. La enfermedad la deterioró de una manera brutal. Pero yo la quería como si fuera mi madre. Le entregué lo mejor de mí. Sé que fue feliz a nuestro lado. Y esa es la mayor satisfacción. Sonará feo decirlo, pero lo siento así.

Ella se lo mereció. Ella, y solo ella, supo hacer que yo sintiera en la vida el amor de una madre. Por ello, cada día que pasa la necesito más.

Concha

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