Carta / Volumen 4

Lucilia y ella

Naciste. Sin saber muy bien, siempre febril, por la emoción que provoca el misterio de la vida.

Fuiste al colegio, experiencia que recuerdas con suplicio. Hasta tal punto, que yendo a párvulos, aprendiste que si te cagabas encima, venían tus papás a recogerte al colegio para llevarte a casa. ¿Lo recuerdas?…Nunca lograste encontrarle el gusanillo al hecho de encontrarte con tus compañeros de clase, jugar en el recreo, aprender… No entendías nada.

¿Cómo?¿Así, sin más?… ¿Porque sí?

Por supuesto, fuiste ‘mala estudiante’, lo habías oído cientos de veces. Inquieta y rebelde. Te costaba horrores permanecer sentada en una silla durante horas y horas.

Repetiste. Dos veces, 4º de EGB y 1º de BUP. Aun te cuesta comprender como decidiste estudiar una carrera universitaria y seguidamente un máster.

Recuerdo que las tablas de multiplicar, las aprendiste con Lucilia, tu abuela materna, ‘la portuguesa’. Siempre te has sentido muy vinculada a ella. Aunque a diferencia de ti, Lucilia, siempre había querido ir a la escuela. Fue por ello que se apuntó al colegio de adultos. Lo recuerdo perfectamente, como si fuera ayer… cuando tú memorizabas la tabla del 3, ella también. Así que hasta la del 9, las estudiasteis juntas.

Fueron pasando los años y vuestra conexión fue en aumento. Vacaciones de verano y Semana Santa, las compartiais junto con tu abuelo Manuel y tu hermana María en la casita de campo de Vilanova. Allí, en contacto con la naturaleza, te sentías en casa.

Estudiaste bachillerato artístico y te licenciaste en CAFE (Ciencias de la Actividad Física y del deporte). Cuando terminaste los estudios, siguiendo con tu inquietud, te fuiste a vivir a la montaña y durante casi nueve años, trabajaste como pastora de ovejas y te dedicaste a la vida en contacto con la naturaleza… Entre otras cosas, la hiperactividad, siempre ha formado parte de tu encanto.

Viviste en la ‘Franja’, así denominan los lugareños a la zona. En la parte del prepirineo de Huesca, muy cerca de Lleida. Lucilia, ‘la portuguesa’, también se fue con su familia a vivir a Huelva. El Guadiana, separaba su casa natal del hogar donde se crío… ‘Raíz Frontera’, otra conexión entre vosotras. Mujeres de aquí y de allá, de todas partes.

De la familia ‘los borregueros’, cuidó ovejas, cerdos…Se dedicó a las labores del campo. Cuando conoció tu rebaño de ovejas, se emocionó. Era la primera vez que iba a visitarte a tu casa, en la sierra. Recuerdo que estabais sentadas al sol, en el patio. En ese momento, Lucilia, ya tenía Alzhéimer diagnosticado. Y empezaba a no recordar situaciones del presente y pasado cercano. Jo! Pero las de la infancia, parecía tenerlas grabadas a fuego.

Fue en un movimiento, al cambiar las ovejas de pasto, cuando te diste cuenta. Recuerdas como pegó un salto de la banqueta de madera y fue a paso ligero, con los ojos bien abiertos llenos de luz, tras el sonido de las esquilas. Y con voz alegre, mientras apuntaba con su dedo índice hacia la cabeza del rebaño, dijo: ¡ovejas! de esas tenía yo en mi casa…Te pegó un vuelco el corazón, al sentir su emoción.

Consciente de que padecía una enfermedad que le borraría recuerdos,experiencias y lo que más le atormentaba, seres queridos. Siempre que hablaba contigo por teléfono, cuando se despedía se encargaba de recordarte: Ireni, no olvides que te quiero mucho… Ireni, así era como pronunciaba tu nombre.

Fuiste a verla por Navidad.  25 de diciembre de 2018. Te encontraste con unos ojos entristecidos, cansados y enfadados. Te miraban con recelo, desconfianza y hostilidad. Te sentaste a su lado y le dijiste: Abuela, qué guapa estás… La cual cosa, era bien cierta, pues desde la última vez que la viste, había ganado peso y sus canas brillaban con orgullo, resplandecientes.

Ella te respondió, contundente y sentenciando: ¡vete a la mierda!… Automáticamente, te asaltó el recuerdo de sus palabras: Ireni, no olvides que te quiero mucho.

Lo sé, no tienes palabras para describir el sentimiento de Amor que te invadió en ese momento, yo tampoco. Pasaste tu mano por su hombro y espalda, acariciándola y le cogiste la suya. Le sonreíste y le susurraste: todo está bien. Ella relajó la mirada, dulcificó el gesto y te devolvió una sonrisa.

Se cree, que una de las últimas cosas que dejan de recordar, los pacientes de Alzhéimer, es el contacto de la piel de sus seres queridos.

Una vez más tu abuela, con Alzhéimer. Volvió a darte una lección de vida y de amor. Muy probablemente, ella no fue consciente, ni lo percibió. Quizás, ni comprendió la situación. Como cuando tú eras niña y te cagabas encima por incomprensión.

Seas quien seas, te dediques a lo que te dediques. La vida te llama, te acompaña.  Quizás no la comprendas… pero ¿hasta qué punto es eso importante? Quién sabe, tal vez, algún día des con la respuesta y un tal Alzhéimer se encargue de borrarla de tu mente.

Simplemente vive, desde el momento presente. Ama, toma consciencia del hermoso ser que eres. No pierdas el tiempo en juzgarte. Escucha la voz de tu corazón, porque es ella la que te traerá la paz y con ella, empaparás de amor todo lo que te rodea, permanecerás en casa… Eres perfecta, ya lo eres. Siéntelo, siéntete. Agradece.

¿Cómo?… Así, sin más. Porque sí. Hasta el último momento, minuto, aliento: Gracias Lucilia por todo, por tanto. Te amo,

Ireni.

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